Llegar a Pontedeume fue una experiencia que nunca olvidaré, especialmente por la divertida odisea que viví con mi coche. Recién llegado a la ciudad, ya necesitaba una reparación de coches en Pontedeume, y esa experiencia me dejó algunas anécdotas para contar. Nunca pensé que mi primer día en este encantador lugar sería tan accidentado y, a la vez, lleno de risas y solidaridad.
Era una mañana soleada cuando mi viejo coche y yo llegamos a Pontedeume. El paisaje era impresionante: un pequeño pueblo costero con calles empedradas y casas coloridas que parecían sacadas de una postal. Después de varias horas conduciendo, decidí tomarme un descanso y explorar el centro histórico. Aparqué el coche cerca del puerto, admiré las vistas y comencé a caminar.
Después de un rato, sentí hambre y me dirigí a un bar local donde probé unas deliciosas tapas de marisco. Mientras disfrutaba de la comida, no imaginaba que a pocos metros de allí, mi coche estaba tramando su propia aventura. Terminé la comida y regresé al coche, pero cuando intenté arrancarlo, solo escuché un triste «clic». ¡El coche no respondía! Necesitaba urgentemente una reparación de coches en Pontedeume.
Intenté mantener la calma y recordé que tenía asistencia en carretera incluida en mi seguro. Llamé al número de emergencia y, mientras esperaba, me senté en un banco cercano. En ese momento, un anciano curioso se acercó y comenzó a charlar conmigo. Le conté mi situación y, sin pensarlo dos veces, llamó a su nieto, quien resultó ser mecánico en un taller cercano.
Minutos después, apareció el nieto montado en una vieja bicicleta, con una caja de herramientas atada al manillar. Se presentó como Manuel, un joven simpático y lleno de energía. Empezó a revisar el coche y rápidamente diagnosticó el problema: la batería estaba completamente descargada. Manuel, con una sonrisa, comentó que esto era común en coches tan antiguos como el mío.
Mientras Manuel trabajaba, el abuelo y yo nos sumergimos en una conversación sobre la historia de Pontedeume. Me contó historias fascinantes sobre el pueblo, sus festividades y cómo la pesca siempre había sido el corazón de la comunidad. Entre anécdotas y risas, el tiempo pasó volando.
Finalmente, Manuel instaló una nueva batería y el coche volvió a la vida. No pude evitar sentir una gran alegría y agradecimiento. Al querer pagarle, Manuel sonrió y me dijo que no era necesario. La hospitalidad de los eumeses me había conquistado por completo. Insistí en invitarles a ambos a unas cañas en el bar donde había comido antes, y aceptaron con gusto.
Nos dirigimos al bar y, entre brindis y tapas, sentí que ya pertenecía a esta comunidad. Manuel y su abuelo me presentaron a varios vecinos que se unieron a nuestra mesa, y pronto la tarde se convirtió en una fiesta improvisada. Me contaron sobre los mejores lugares para visitar en Pontedeume, desde el castillo de Andrade hasta las playas ocultas que solo los locales conocen.
A medida que el sol se ponía, comprendí que lo que había comenzado como un inconveniente se había transformado en una experiencia inolvidable. Mi llegada a Pontedeume estuvo marcada por la calidez y la amabilidad de su gente, y aunque mi coche necesitó una reparación inesperada, esto me permitió conocer a personas increíbles y crear recuerdos que atesoraré para siempre.
Esa noche, mientras conducía de regreso a mi alojamiento, reflexioné sobre la importancia de la buena voluntad y la ayuda desinteresada. Pontedeume me había recibido con los brazos abiertos, y gracias a la generosidad de Manuel y su abuelo, mi primer día en el pueblo se convirtió en una aventura llena de risas y nuevas amistades. Sin duda, el nombre de Manuel y la palabra «reparación de coches en Pontedeume» quedarán grabados en mi memoria como el inicio de una hermosa relación con esta maravillosa ciudad.