Dicen que nunca es tarde, y hay que hacer caso a la sabiduría popular, sobre todo cuando vas cumpliendo años y lo de ‘tarde’ empieza a cobrar otro sentido. Siempre he sido aficionado al surf, pero la suerte quiso que naciera muy al interior con la playa más cercana a muchos kilómetros. Pero desde pequeño mostré interés por este deporte y la cultura asociada. Empecé porque los Beach Boys fueron mi primer grupo preferido de música y ellos me introdujeron en lo relacionado con el surf.
Pero no había manera de coger olas en el río de mi pueblo, así que me contenté con empezar con el snowboard en las montañas. No es que se me diese muy bien, pero me quité el ansia por el surf. Con el tiempo y las obligaciones, me fui desenganchando y lo dejé para más adelante. Un ‘más adelante’ que significaron muchos años. Hasta que con la crisis de la mediana edad volví a pensar en aquella afición de juventud.
Y sin pensármelo dos veces me apunté el pasado verano a una escuela para aprender. Como ya había hecho snowboard y tiene cierto parecido no fue tan difícil iniciarme y pronto le cogí el gusto a pesar de su enorme exigencia física. Y así fue como no tardé en diseñar una ruta playera para poner en práctica lo aprendido y, de paso, volver al norte, donde están las mejores olas. Varios amigos me han dado algunas indicaciones. Uno me dice descubre las playas de Cies que te encantará y otro me recomienda Pantín.
Por supuesto, no tengo tiempo suficiente para ir a todas, por eso he tenido que ir descartando algunas de mi viaje. No pretendo que todas tengan buenas olas. De hecho, en el caso de las Cíes quizás hasta vaya sin tabla, pero es uno de los destinos que aún no conozco del norte y tengo muchas ganas de conocer. Si mi amigo dice descubre las playas de Cíes es que tengo que ir porque me conoce y ya sabe el estilo de playa que me gusta. Pero la costa gallega está plagada de buenas olas, así que no tendré problemas para ponerme el neopreno.