Redescubre el sonido que te rodea junto al Atlántico

En una consulta acogedora junto al puerto de Cee, la vida de muchos habitantes ha experimentado un giro inesperado. Al adentrarse en la recepción, uno no imagina que en ese espacio recogido yace un avanzado centro auditivo en Cee que aúna tecnología de vanguardia y cercanía humana. Los primeros pasos de la valoración se perciben casi como un ritual íntimo: un saludo cordial, una breve charla para conocer antecedentes y el suave tintineo de las fichas audiométricas al ajustarse al auricular. Conforme transcurre la sesión, emerge la complicidad entre paciente y profesional, y cada prueba revela una pieza clave del rompecabezas sonoro que había quedado incompleto.

El proceso audiométrico comienza con tonos puros, emitidos en un ambiente casi silencioso, donde los pacientes descubren frecuencias que habían pasado desapercibidas durante años. El especialista traza gráficas en una pantalla, explicando con precisión qué significan los picos y valles que aparecen en el audiómetro. A continuación, se emplean pruebas de respuesta condicionada para evaluar no solo la sensibilidad, sino también la capacidad de localizar sonidos en el espacio. Cada fase supone un pequeño hallazgo: el murmullo del viento golpeando contra los acantilados, el rumor de las olas rompiendo en la ensenada, la melodía tenue de las gaviotas al sobrevolar los barcos de pesca.

A medida que el diagnóstico se torna más claro, el equipo va seleccionando dispositivos adaptados a las necesidades específicas de cada persona. El tacto cálido de un recogepeso sobre el hombro sirve de preludio a la adaptación de la prótesis final. Es entonces cuando la ciencia y la empatía convergen: uno de los pacientes recuerda cómo, tras décadas silenciadas, sintió de nuevo el eco grave del faro al encender sus luces en la costa. Otra vecina, originaria de Corcubión, narra con voz emocionada la primera conversación nítida con su nieto, capaz de pronunciar sin esfuerzo el nombre de la abuela.

Las paredes del centro reflejan fotografías del entorno: acantilados cubiertos de brezos, barcas que reposan sobre la arena mojada y callejuelas empedradas que serpentean hacia el faro. Difunden la idea de que la recuperación auditiva no es solo un procedimiento sanitario, sino una reconexión con el paisaje y la cultura local. Los testimonios se entrelazan con historias de amistad: un matrimonio de jubilados que acude cada mes para revisar sus aparatos y aprovecha para tomar un café en la terraza cercana, intercambiando anécdotas con el personal sobre las gaviotas que anidan en el muelle.

Durante las revisiones, las muestras de cariño son constantes. Un especialista ajusta el volumen con delicadeza, comunicándose mediante gestos y explicaciones pausadas; una audioprotesista se asegura de que la silueta del molde no presione el pabellón auricular; el técnico realiza pruebas de calibración junto al paciente para garantizar que las frecuencias bajas y altas se equilibren según sus preferencias. Cada gesto refuerza la confianza, y la consulta deja de ser un mero espacio clínico para convertirse en un refugio donde cada avance se celebra como un triunfo compartido.

Con el paso de las semanas, los usuarios describen sus rutinas renovadas: regresar al paseo marítimo y percibir el eco de las olas, escuchar la llamada del pescador al descargar la captura, participar en conversaciones de taberna sin necesidad de adivinar palabras. La prueba definitiva es el silencio inesperado, el instante en que descubren que las ausencias de ruido también forman parte de una experiencia auditiva plena. Así, con pasos firmes y melodías redescubiertas, cada persona recupera la armonía perdida y se reincorpora a la sinfonía cotidiana del Atlántico gallego.