Llevo un año a dieta. Me he puesto súper serio con el tema porque llevaba casi cinco años intentando perder peso y sin demasiado éxito. Siempre me han sobrado unos kilos, a veces más, a veces menos. Hubo un tiempo siendo adolescente que la cosa se complicó y mi familia me puso en alerta. Al cumplir 18 me mentalicé y perdí unos 20 kilos en un año. Fue un momento decisivo en vida con respecto a la alimentación.
Por aquella época ya empecé a mirar mucho lo que comía. Mi médico de cabecera me ayudó dándome unas tablas con lo que debía comer y un cálculo de calorías en diversos alimentos. Todavía lo tengo por ahí todo arrugado del uso que le di. Supe las calorias leche semidesnatada o de un trozo de pan. Entendí que cada comida cuenta y que solo con una estricta rutina se pueden lograr los objetivos.
Resulta curioso porque no recuerdo que me resultase muy complicado perder aquellos 20 kilos. Bien es cierto que ya han pasado muchos años y tal vez lo haya idealizado pero tengo la sensación de que las tres primeras semanas fueron claves. Recuerdo estar sentado en el salón de mi casa y tomar la decisión de adelgazar. Siguiendo parte de los consejos del médico (no todo porque era demasiado) llegué a casa y cambié radicalmente la dieta. Una vez que sabes las calorías leche semidesnatada y del resto de los alimentos y estás al corriente del número de calorías que una persona debe consumir al día, dependiendo de la edad, el sexo y la constitución física, todo es más sencillo.
Pero lo mejor de todo es la sensación de subir a la báscula y comprobar que los esfuerzos tienen su recompensa. Mi médico me citaba una tarde todas las semanas: me pesaba y anotaba la cifra para hacer un seguimiento. Tengo que decir que se sintió orgulloso de mí porque cumplí lo que prometí a pesar de que era tan solo un chaval que además estaba acostumbrado a comer mal. Creo que sin su ayuda no hubiera podido hacerlo pero al poco tiempo ya tomé yo las riendas y no necesité su tutela.